Los costos ambientales del “clic”

Costos ambientales
Los que habitamos las grandes ciudades (estables o transitorios) ya empezamos a entender la magnitud real del colapso, la brusca paralización de una actividad cualquiera. Es bueno porque, en tiempo de cambios, escenarios similares acontecen a menudo. Nos permite ejercitar la tolerancia, posibles modos de canalizar la bronca y escudriñar hasta dónde somos capaces de aguantar.

Los invito a que nos atrevamos a pensar que habrá que convivir con colapsos de tránsito, habitacionales y de suministros tales como el agua o los combustibles. Se producirán, efectivamente, colapsos de energía y por lo tanto en la generación y distribución de alimentos y otras mercancías. Son escenarios espantosos que sólo podrán ser desplazados con hábitos diferentes y un mayor ahorro en todo. En cada decisión tenemos la posibilidad de evitar gérmenes que den entidad a diferentes colapsos.

Por eso, si vas por el lado de gastar menos agua, reciclar los papeles, el cartón y los plásticos, también hace falta que seas moderado en el uso de las herramientas tecnológicas. Para que puedas navegar en la Web todas las veces que quieras, las 24 horas de todos los días del año, hace falta que funcionen los servidores que consumen el 1.3 por ciento del total de la energía que se gasta en el mundo.

Costos ambientales

La producción de contenidos, el modo de entrelazar y almacenar los datos, el traslado de información, encierran costos millonarios que no resultan demasiado visibles cuando nos sentamos frente al ordenador. ¿Renunciar a las nuevas tecnologías? Jamás. Lo que hace falta es coherencia en el mensaje para que nuestras cabezas entiendan mejor y puedan “leer” del modo más adecuado posible las nuevas necesidades. La vida real y virtual tienen para el planeta costos similares. Sólo que en el primer caso la evidencia declarada nos apabulla y en el segundo todavía no se ha hecho pública.