El consumo que contamina

Para qué dar más vueltas a esta altura. El alto consumo ha dejado de ser índice de confort y bienestar. Los niveles desbordados con que una minoría se apropia de bienes y servicios en el mundo están llevando al colapso de nuestras sociedades. La especie no tiene futuro por la avaricia de unos pocos. Lo que hace “feliz” al 10% de la población mundial está matando al 90% restante. Y terminará con todos.

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“El mundo tiene un problema de diseño”, dice la uruguaya Giselle Della Mea. Es una emprendedora apasionada que se para en los escenarios a decir que hay que redefinir todo. Lo hace con cierta mesura de uruguaya modosita pero con gran convicción. Es una de los miles en el mundo que impulsan la innovación social como salida de ecuaciones francamente espantosas. El consumo desmedido lo es.

¿Se imaginan ciudades tapizadas de paneles solares y molinos de viento en las afueras? No hace falta gran esfuerzo, buscando en Internet ya aparecen ejemplos como hongos. Podrían ver múltiples posibilidades que grafican otro modo de procurarnos la energía que necesitamos para vivir. Nuevos diseños en un área crucial. Una estética diferente pero, además, el diseño de una nueva mirada que enarbola una mayor racionalidad en el consumo de energías.

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Aunque no salió en todos los diarios –apenas un par de los tradicionales hizo referencia– Buenos Aires acaba de ser sede del 5° congreso internacional Solar Cities. Se trata de la conferencia de mayor prestigio en el mundo referida a las energías renovables. Pasaron 800 personas que fluyeron durante dos días en las instalaciones del Centro Metropolitano de Diseño. Mucho aprendizaje, intercambio de experiencias y riquísima transferencia de unos 80 panelistas que participaron en los diferentes eventos sucedidos. Hubo acuerdo en que las acciones debieran ser inminentes de cara al cambio climático y el poco tiempo que queda antes de que la Tierra se caliente dos grados más. ¡Eso sucederá en poco más de 10 años! Si no dejamos de emitir gases de efecto invernadero el resultado será irreversible: morirán millones de personas, otros tantos deberán desplazarse de los lugares que eligieron para vivir, se modificarán los paisajes, disminuirán las zonas productivas y el mundo tendrá el doble de hambrientos que en la actualidad. Será muy caro el precio si no logramos desprendernos a tiempo del consumo de combustibles fósiles, adoptamos otras formas de producción y consumo y le damos otro significado al bienestar.

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La India cuenta en la actualidad con 60 “ciudades solares”, conglomerados urbanos que empiezan a abastecerse de energía limpia y renovable. Y ya hay miles de urbanizaciones en el mundo que han tomado la decisión. El 9 de Julio de este año, Alemania produjo un récord histórico: abasteció el 50% de su demanda eléctrica con energía solar. Paneles solares en las cubiertas de los estacionamientos, en las casas con techos a dos aguas, en los edificios más altos y en los aeropuertos. Son organizaciones y estados provinciales o municipales que luchan a brazo partido con las proveedoras del servicio tradicional que no desean ceder espacio ni ganancias. Ni siquiera un ápice. Esa disputa forma parte de las tensiones en tiempos de la transición hacia un paradigma diferente. Sin embargo no conviene desconocer la naturaleza de esos intereses. Las distribuidoras eléctricas están en manos de unas pocas personas; los consumidores somos millones. Pocos saben quién genera la energía que consumimos, cuál es el origen y desde dónde viene. Por caso en la Argentina la energía procede en un 90% de combustibles fósiles –petróleo y gas–, es decir, recursos no renovables. Aquel puñado persigue el afán de lucro desmedido que ha caracterizado a ciertos quehaceres en los últimos 100 años donde la economía está en la cima y el ambiente muy por debajo.

Pero hay muchos más, nucleados en organizaciones de todo tipo y aun en sectores que diseñan política pública, que piensan otra cosa. Están enfocados en lo que tenemos a mano y no produciría daño tomar: los rayos del sol, la potencia de los vientos y el calor de la Tierra. Juan Carlos Villalonga, ex activista de Greenpeace y hoy presidente de la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad de Buenos Aires (APRA), suma un elemento infaltable en el nuevo diseño de consumo: la eficiencia energética, un uso racional de los recursos. En las conclusiones del encuentro invita a atender esta variable. Son dos escenarios completamente diferentes: uno es el que conocemos hoy que no contempla la prudencia; el otro incluye políticas orientadas a minimizar el desperdicio. Hay un contexto de estos días que fortalece la postura. Los datos fueron suministrados en Solar Cities por Carlos Tanides, coordinador del Programa Interdisciplinario de Energía Sustentable de la Fundación Vida Silvestre: las dos represas que el Estado Nacional mandó a construir en el sur del país costarán unos 4.700 millones de dólares y producirán la misma energía que se podría ahorrar con planes de eficiencia energética cuya implementación demandaría sólo 20 millones de inversión.

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Las consecuencias del cambio climático evidentemente no son prioridad para los Estados Nacionales. La actividad de promoción de energías renovables es aún incipiente y dispersa en la Argentina. Hay experiencias provinciales aisladas (en Santa Fe y San Juan las más exitosas) pero, en términos generales, la clase política no se encuentra interesada.

Los ponentes en Solar Cities dejaron dicho que la codicia podría hacer que el sistema se desintegre si no adoptamos conductas razonables frente al consumo de todo. Necesitamos diseñar acciones tempranas, o menos tardías, como gusta decir Marcelo Álvarez, presidente de la Cámara Argentina de Energías Renovables (CADER).

El reciente Congreso Internacional organizado en Buenos Aires bajo el lema “Energía en las ciudades: innovación frente al cambio climático” debe servir para despabilarnos y alentarnos a cambiar. Posiblemente desde núcleos más básicos: la comunidad, el barrio y las ciudades donde tenemos más a mano a los representantes para exigir y acompañar en el proceso de cambio frente a una hora crucial. Acompañar y diseñar como proclama aquella Della Mea del comienzo. Porque, definitivamente, el diseño del futuro está en manos de los arquitectos, los doctores, los periodistas, los que hacen el pan y los que tiran la semilla. Los que enseñan en las escuelas y los que venden golosinas en los kioscos de la ciudad.