Feminismo y antifaces

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En un principio fueron las mujeres adultas quienes propusieron una interpelación de género aguda y masiva. Eso ocurrió con persistencia en la última década y el llamado fue para todos. Es decir, para los hombres también.

El gran suceso tiene diversas manifestaciones según el lugar del planeta donde se desarrolle; pero es indiscutible que el feminismo, esa expresión social que pide igualdad de derechos y oportunidades sin que importe el género, es el factor neurálgico de las transformaciones en marcha. Sucede porque las mujeres se interrogaron e iniciaron un tránsito emocionante, incluyendo en la revisión lo que más duele. Lo hicieron a solas o de a puñados, en los trabajos, en los barrios y en las universidades. Cuestionaron los roles asignados y el sometimiento. Intercambiaron sobre la naturaleza de las múltiples agresiones, las de las palizas, las de las palabras, las del desdén. No hay una sola persona que no haya sido avisada de la gravedad de los femicidios. Señalaron a las instituciones que prodigan el maltrato y la postergación. Y salieron a decir sin ambages: basta de coartadas frente a la desigualdad y las barreras a los derechos. No más simulaciones, abajo el antifaz.

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Eso hicieron colectivos de mujeres en el mundo entero. Se miraron de pies a cabeza y, como si salieran de una sesión radiográfica, determinaron escrupulosamente que el cuerpo es propio, no patrimonio de otros. Los hitos salientes de la transformación entre nosotros comprenden el proceso que terminó con la aprobación en primera instancia de la interrupción voluntaria del embarazo, la ley contra todo tipo de violencia contra las mujeres, el aumento de la pena frente a los femicidios y el advenimiento del Ni Una Menos, ese grito colectivo contra la violencia machista y el modo de vida preestablecido.

La última conmoción política en Argentina tuvo que ver con todo eso. Una renovada expresión de liderazgo femenino frente a los problemas que realmente importan. Se relaciona con la llegada de unos sucesos que se forjaron, tomaron cuerpo y finalmente acontecieron fuera del marco institucional que conocemos. Llovieron mujeres sobre las plazas, se armaron vendavales de polleras (y pantalones) en las redes sociales y salieron soles mujeriles en los bares y los trabajos. Sin los vicios autodestructivos de la política tradicional, llenas de gracia, ocuparon la calle con jerarquía. Presionaron al sistema desde afuera del sistema. Y provocaron un ejercicio de activación sin precedentes entre nosotros.

Lograron imponerse ejercitando una conducción transversal, sin jefes ni liderazgos unilaterales. Intuitivas y hermanas. La sororidad permitió la toma de decisiones acertadas y engendraron una vibración parecida a la que provocan los elefantes en manada. La correspondencia las fortalece así vivan a miles de kilómetros de distancia unas de otras. Son ágiles y expeditivas frente a un mundo que pide a gritos transformaciones categóricas. No necesitan del sufragio ni de las asambleas presenciales para decidir. Hay un mandato de necesidad y urgencia que resuena en todos los corazones y que garantiza la persistencia en la acción. Imposible no verlas o escucharlas. La sororidad es sonora.

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Las más verdes

Aquella interpelación que practicaron las mujeres adultas resultó una especie de manifiesto para las nuevas generaciones, un registro notorio de lo no deseado. Las chicas dicen: “me puede pasar a mí, necesito hacer algo para terminar con todo lo que me afecte directamente por ser mujer”. La incorporación masiva de adolescentes y jóvenes de entre 14 y 24 años es un fenómeno impactante del proceso dando visibilidad a problemáticas tales como el freno a formas más libres de sexualidad y la falta de autonomía para tomar decisiones que las afectan. Piden para todas, no para una. Sin importar la condición social, las diferencias ideológicas o las religiones.

Garantizar derechos, asegurar la libertad, lo trasciende todo. Eso discuten en los colegios y en las esquinas donde se reúnen. No importa tanto la teoría como la percepción, eso es lo que las une y las dota de bravura. La lucha es cuerpo a cuerpo. De cara a los legisladores en estos días, pero también frente a las agresiones callejeras todavía de uso corriente. Con ira y con rabia hasta por los codos, pero también con ternura. Son persistentes en las conversaciones con mamás y tías y frente a la mirada de sus papás varones, un poco recelosos, un poco aturdidos pero que, en muchos casos, terminan abrazándolas y dándoles la razón. Si tienen hermanos se sienten acompañadas, a esta altura los chicos también andan con sus pañuelos verdes.

Están definiendo la sociedad vincular que desean. Señalan la superficialidad de las relaciones actuales y la banalidad que las corroe. Las subleva la mentira. Quieren vínculos honestos y sinceros así en la vida como en la política. 10 caracteres les bastan para definir el viejo paradigma: hipocresía. La deconstrucción que proponen invita a desanudar una trama bien compleja que lo incluye casi todo. Buscan cambios verdaderos y saben que eso no se los dará la política tradicional ni las instituciones tal cual las conocemos. Hay, intrínsecamente, un llamado a rediseñar y salir a toparse con lo nuevo. Una reconfiguración general. Quieren reinventar hasta las palabras. Confrontan la legalidad con la legitimidad de las cosas. Lo que hoy “corresponde” no necesariamente es razonable y muchas veces hasta carece de fundamento. Nos invitan a abrir nuestras cabezas y los corazones. Reclaman paciencia para ser comprendidas y la ejercen con sus familias explicando la razonabilidad que entrañan los nuevos modos. Lo hacen con tenacidad, esperanza y alegría. Bailan emociones, bailan ideas, bailan desprejuiciadas como lo hizo Isadora en Buenos Aires en el año 16. Bailan sus sueños con rebeldía.

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El gran reto

¿Será contra los hombres?, musitan los televidentes de la tarde. Y la respuesta es no. El feminismo rampante plantea la igualdad con los hombres y no contra los hombres. Su lucha es por el equilibrio entre la diversidad de géneros y plantea convivir en armonía con todas las identidades sexuales. No es una lucha exclusiva por los derechos, el movimiento impulsado por las mujeres proyecta disputas más poderosas. Se están preguntando sobre la lógica del poder, no por quién lo detenta transitoriamente. Unas prácticas que hacen daño no solo a la condición femenina, sino a todos los géneros de la humanidad. “Que llegue a Asia, que sea una plaga que se difunda por todo el fucking mundo”, tuitea una chica en Córdoba Capital.

El movimiento de mujeres (las jóvenes y las adultas) propone un camino de emancipación colectiva que contenga lo personal pero que pueda trascender lo individual para ocuparse de lo comunitario. Dicen que esta vez somos nosotros y no otros y que hay que hacerlo rápido. Y para eso hay que visualizar cómo lo sólido deja de serlo para que podamos encontrar las nuevas formas y otras perspectivas.

El feminismo es lava pura. No es una ola, ni una primavera. Porque la marejada y las estaciones vienen y van, son pasajeras. Tampoco es la cresta ni el zenit de nada. Esto recién empieza. El principal motor de las evoluciones sociales de la humanidad hoy tiene cara de mujer. Son la expresión más rotunda del cambio de conciencia y de la búsqueda de una espiritualidad renovada. Se vienen luchas radiantes que garantizarán equidad en los salarios, igualdad en los puestos de jerarquía (tanto en la empresa como en la política) y liderazgos reverdecidos en todos los campos. Las mujeres del mundo entero hoy son la vanguardia frente a la necesidad de revisar las concepciones familiares y de los vínculos en general. El sexo, la estética y el poder vivirán transformaciones sorprendentes. Todo será más justo y posiblemente irrevocable. Escucho a Renata, una chica de 19 que me habla desde una grabación por WhatsApp: “Cada vez las personas nacerán más feministas, por lo tanto más amorosas.” Es esperanza pura. Hay que amucharse y confiar. Construir círculos ampliados. Entonarse con el colectivo, es decir, abocarse a la política verdadera. El aire alrededor lo está anunciando con una fragancia potente y fresca. Huele a jazmines. Hay una variedad cuya flor tiene cinco pétalos y se parece a una estrella.

Nota: La bailarina norteamericana Isadora Duncan llegó a Buenos Aires en 1916 durante las celebraciones del centenario de la independencia. Tras un par de presentaciones formales, una noche bailó desnuda en un café de la ciudad. Pusieron las estrofas del himno, alguien le alcanzó una bandera argentina y danzó por la libertad. Sin nada abajo y con el paño envolviéndola por mitades.

Nota: La bailarina norteamericana Isadora Duncan llegó a Buenos Aires en 1916 durante las celebraciones del centenario de la independencia. Tras un par de presentaciones formales, una noche bailó desnuda en un café de la ciudad. Pusieron las estrofas del himno, alguien le alcanzó una bandera argentina y danzó por la libertad. Sin nada abajo y con el paño envolviéndola por mitades.